El convento de Yuriria, testigo de gloria y riqueza en un pueblo agustino
Carlos Ernesto Rangel Chávez
UMSNH
La ciudad de Yuriria se localiza en el sur del estado de Guanajuato, México, y es
cabecera del municipio homónimo, el cual cuenta con un extenso territorio colindante con otros municipios como Valle de Santiago, Jaral del Progreso, Salvatierra, Santiago Maravatío, Uriangato y Moroleón, así como con el estado de Michoacán. Yuriria se encuentra dentro de la región denominada El Bajío,caracterizada por su prosperidad tanto agrícola como ganadera, lo que desde tiempos remotos llevó a sus poblaciones al reconocimiento social e institucional, y a los dueños y administradores de la tierra, a la riqueza.
Esta pequeña ciudad, intitulada “Pueblo Mágico” desde el año 2012, reposa y resiente el paso del tiempo junto a la gran laguna del siglo XVI que presume ser la primera obra hidráulica de
América, y a través de su imponente ex convento cuenta tanto a locales como a visitantes las antiguas grandezas de su gloria y la riqueza de sus tierras.
A la llegada de los españoles a la Nueva España, el territorio de Yuriria se
encontraba poblado mayoritariamente por indios tarascos, quienes no hacía mucho
habían tomado el control de la zona como frontera con los llamados indios chichimecas
–localizados al norte del Río Grande o Lerma– como Yuririapúndaro, que significa “Lugar del lago de sangre”, haciendo referencia al lago formado en el cráter de un volcán cuyas aguas tenían “…un color turbado y no claro”, más bien bermejo “…semejante a sangre”, y en cuyos alrededores estaba fundado el pueblo y lo habían bautizado asentamiento indígena (Basalenque, 1963: 125; Acuña, 1986:)
CUANDO EL VIRREY HABIA ORDENADO SUSPENDER LA CONSTRUCCION DEL CONVENTO DE YURIRIA
La primera tarea que emprendió el Padre Chávez al llegar a la zona fue la de poner al pueblo en cristiana policía, es decir, organizarlo al modo europeo buscando nuevos espacios para trazar las calles y dividir los predios de acuerdo a su proyecto urbanístico, el cual comenzó con la fundación de un hospital de indios, como lo había hecho en Tiripetío.
Asimismo, construyó un jacal que sirviera como altar provisional mientras se iniciaba la obra de la iglesia que tenía proyectada.
Además, se dio a la tarea de formar una laguna de linda agua dulce y de grandes pescados que es riqueza el pueblo (Basalenque, 1963: 125), lo cual logró inundando unos pantanos aledaños al núcleo poblacional seguramente fundado antes de la llegada de los agustinos mejor conocido como barrio de Santa María.
Para esta empresa sangró el Río Grande, que pasaba unas leguas al norte, e hizo correr sus aguas a través de un canal que alimentaba aquellas ciénagas y formaba una gran laguna de 17 kilómetros de largo y 6 de ancho, con una profundidad de 19 a 20 metros en medidas actuales (Ayala Calderón, 2005). Mientras esto se efectuaba, Fr. Diego ya había escogido el espacio donde se construiría su proyectado convento, esto junto la laguna lugar donde actualmente se encuentra.
Cuando le fue concedido dicho predio inició, junto al maestro arquitecto Pedro del Toro, la fábrica de la iglesia y del convento, que quedó como trofeo de su magnanimidad.
Porque es sin duda el edificio más soberbio que hay en este reino, y puede competir con los más famosos del mundo (Grijalva, 1985: 305).
Y en verdad se consideró una obra tan grande que el propio virrey mandó suspenderla argumentando que no había necesidad de tan grande edificio en un pueblo de indios como Yuririapúndaro.
Fray Diego acudió hasta la corte virreinal y logró conseguir la reanudación de la fábrica y un hasta apoyo económico, con lo que logró concluirla en un lapso de nueve años (Basalenque, 1963: 129).
Por otro lado, como figuras autónomas, tanto administrativa como económicamente, los conventos agustinos contaban con sus propias fuentes de ingreso y tenían sus gastos particulares, entre los que destacaban el sustento de su personal, la fábrica, el mantenimiento y la ornamentación de los lugares de culto, así como las colectas que tenían que reportarse ante el economato de la curia provincial (Rubial García, 1989: )
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