Ya no aplica aquella frase de la madre preocupada de «¿por qué te tatuaste?, ¿no sabes que es para siempre?».
La ex-modelo y hoy empresaria de la eliminación del tatuaje Samantha Guevara lleva más de una década demostrando lo contrario.
Desde 2010 ha borrado incontables tribales pasados de moda, Santas Muertes y nombres de ex-novios de las pieles de jovencitas, ex-presidiarios y amas de casa.
Missink es una de las primeras clínicas de eliminación de tatuajes en establecerse en México, normalizando el procedimiento y llevándolo a un público más amplio.
Eran principios del 2000. Con 1.8 metros de altura y una carrera de modelo en su futuro, Samantha había decidido tatuarse una gran geisha en la cadera cuando aún era mal visto en grandes capas de la sociedad el marcarse la piel de por vida con tinta.
«Era tabú todavía, la gente llevaba los tatuajes escondidos. Me afectaba muchísimo para trabajar, era modelo y en cuanto empecé a hacer los castings de las pasarelas empezaron a verme el tatuaje y mi carrera se fue hacia abajo».
Según cuenta Samantha, hace dos décadas el mercado de la eliminación del tatuaje se encontraba en su infancia. Los procedimientos eran realizados sólo en el extranjero, con métodos agresivos como la inyección de ácido o la salabrasión.
Viajó a Los Ángeles y San Diego buscando alguien que se atreviera a remover su tatuaje. Los encontró, pero sólo firmando una responsiva en la que aceptaba quedar con cicatrices severas y pagando alrededor de 85 mil pesos de aquellos años, claro.
Fue hasta 2010, diez años después de haberse tatuado, que encontró en su natal España la tecnología láser que Missink sigue utilizando al día de hoy.
Cuando un tatuaje es realizado el cuerpo encapsula de manera natural la tinta e inmediatamente comienza a eliminarla a través del sistema linfático y la orina. El láser hace vibrar esas cápsulas, las rompe en partículas más pequeñas, y hace más fácil e instantáneo un proceso natural que al cuerpo le tomaría décadas.
«Cada vez que me tenía que hacer mis sesiones tenía que ir a España y al regresar a México la gente veía los resultados. Traje la máquina y abrí un negocio muy tímidamente pensando en ayudar a la gente de mi entorno. Se fue convirtiendo en una demanda más y más grande y de repente fue un boom».
La empresa comenzó como una pequeña clínica al servicio de conocidos que querían quitarse tatuajes. La demanda y la confianza de ángeles inversionistas hizo crecer rápidamente el negocio a lo que es hoy, una cadena de clínicas con cinco sucursales en Ciudad de México, Querétaro y Monterrey.