Por Pepe Carrillo.-
Historia en Verso.
Empezaré por decirles una historia bien bonita. Saben a quién me refiero, al Santo Padre Zavalita.
Nos dejó gratos recuerdos en su grande trayectoria, fue un gran constructor de templos, aquí parte de su historia.
En mil novecientos ocho fue enviado a Moroleón, en donde fue monaguillo y su primera comunión.
Algunos años después de haber pisado este suelo, volvió alegre y jubiloso, como bajado del cielo.
Mas un recuerdo muy triste: de pronto lo asaltó el recuerdo de su madre, que en Santa Clara lo crío.
En 1901 el Señor se la llevó a coronarla de flores, por lo mucho que sufrió.
Cuando llegó a Moroleón, nomás la torre encontró. Pa’ pronto se puso en obra y él fue el que la terminó.
Ya era el tercer templo, según lo dice la historia, las grandes obras que hizo, que Dios lo tenga en la gloria.
Y en 1913 hasta Roma fue a parar. Fue el Papa Pío Décimo quien descubrió su santidad.
Ya en 1915, otra vez en Moroleón sufrió miles de penalidades por la vil Revolución.
Al templo del Cimental lo violaron los Pantoja. Zavalita fue valiente con ufane que se antoja.
A fray Napoleón Esquivias lo amenazaron de muerte, huyendo hasta Moroleón para buscar mejor suerte.
Este encontró a Zavalita y le contó lo ocurrido, el templo fue profanado, está lleno de bandidos.
Sólo me traje una cosa, que es la llave del Sagrario, pues Guadalupe Pantoja siempre ha sido temerario.
En su caballo retinto se dirigió al Cimental para salvar a nuestro Amo, que es el Padre Celestial.
Esperó a que los bandidos se salieran a robar, para meterse a la iglesia y al Santísimo salvar.
Logró salvar a nuestro amo, se regresó a Moroleón.
Él empezaba a cruzar las faldas del cerro prieto cuando inesperadamente se miró en un aprieto.
Un centenar de bandidos que balazos le tiró, pero por obra del cielo, de milagro se salvó.
Corrieron a darle alcance, pues ninguno le atinaba. El jefe lo reconoce por la sotana que llevaba.
“Es el Padre Zavalita”, Guadalupe les gritó, no le tiren compañeros, porque es un alma De Dios.
Una semana después, Guadalupe fue a buscarlo, pues querían al sacerdote, en Semental pa’ cuidarlo.
Joaquín Amaro también amenazó a Zavalita. Quería un préstamo muy grande, el infeliz carrancista.
Como el padre se negara, en la boca le pegó. A pedir limosna al pueblo, el general lo obligó.
De $50 mil que quería, nomás $3 mil le juntó. Desafiar a Moroleón, Amaro lo amenazó.
El padre se arrodilló para pedirle clemencia, y las lágrimas del padre, le ablandaron la conciencia.
“Levántase, padrecito”, y en sus manos lo tomó. “Usted tiene santidad que jamás he visto yo.
“Ya me voy para Celaya, allá me espera Obregón, nomás porque Usted es muy bueno, no castigo a Moroleón”.
“Perdóneme, Padrecito, por el golpe que le dí. Voy a combatir a Villa, y siempre ruegue por mí”.
Cosas raras de la vida: de aquellos jefes que mandan con la sangre derramada, hasta las fieras se ablandan.
Ocho años fueron aciagos por la cruel Revolución, pues jamás se tenía descanso, atendiendo confesión.
Perdóname padrecito, por el golpe que le dí. Voy a combatir a Villa y siempre ruegue por mí.
Cosas raras en la vida, de aquellos jefes que mandan, con la sangre derramada hasta las fieras se ablandan.
Ocho años fueron aciagos por la cruel Revolución, pues tenía descanso atendiendo a su profesión.
Doce años en Moroleón duró el Padre Zavalita para pasar a Yuriria, lago de sangre, cerquita.
1921. Se abrió el Colegio. Otra vez Zavalita fue el Rector por su grande madurez.
Ahí sonrió en carne propia la injusta persecución. Tres veces se vio en peligro de ir a prisión.
Tres capítulos después, a México fue enviado para hacer el nuevo convento que el gobierno había expropiado.
A San Bartolo Nahucalpan lo enviaron enseguida, los inditos lo apreciaban un poco más que su vida.
Tenía dotes de adivino sin echársela de lao, su palabra favorita “Ah, que carancho pelao”.
A fines del 38 a Salvatierra marchó. Y en la ciudad de los Palacios muchos recuerdos dejó.
Con su hábito verdoso por el tiempo, ya gastado, a la iglesia carmelita lo habían solicitado.
Aunque él era agustino, a otra orden sirvió aquél paladín indio que en Santa Clara nació.
A las cofradías carmelitas le caía mal el partido y el pobre Zavalita fue burlado y escarnecido.
Con su hábito de negro extrañaron lo café. Esas gentes no son buenas porque les falta la fe.
En tres meses de trabajo, Salvatierra despreció a un padre agustiniano que el Señor les concedió.
Pobre Padre Zavalita, tu historia nunca se empaña. Te despreció Salvatierra y su cofradía carmelita.
Pero los fieles cristianos que no usan golpes de pecho seguimos a Zavalita, católicos al derecho.
Los domingos se llenaba el templo de campesinos, gentes pobres se miraban por toditos los caminos.
Según lo dice la historia, sólo las beatas sobraban. En todos los templos hay gentes que nos criticaban.
Mas no todas son iguales, y esto lo digo sin guama, buenas las que van a misa y derechitas a su casa.
Tres meses nomás dura en la tierra del Bajío. En diferentes lugares trabajó con temple y brío.
El templo de Santa Clara él casi lo terminó. Pero el gobierno bandido enseguida lo expropió.
Dos veces fue prisionero por ese gobierno ateo, desde Calles y parte de Cárdenas en aquel tiempo tan feo.
Muchas veces en Morelia descubrieron sus martirios, flagelándose sus carnes fragantes como los lirios.
Otras veces lo encontraron en muda contemplación, abstraído de este mundo en santa meditación.
Y el 20 de Febrero del año del 39 llegó a Yuriria como un copo de nieve.
Ya Zavalita presentía que estaba cerca su muerte. Unos 8 años duraría bendiciendo a aquella gente.
A su llegada al convento, el atrio estaba repleto de fieles que lo estimaban y lo veían con respeto.
La gente no cabía a lo largo y a lo ancho como estiman estos fieles, a este viejo carancho.
Y dos lágrimas rodaron por aquel curtido rostro.
“Virgencita morena bajo tus plantas me postro”. Lo dijo con débil voz y la garganta anudada.
Como quieren a este viejo que ya no sirve pa´ nada. A terminar el Santuario se dedicó en cuerpo y alma.
Cuando recibía desprecios sabía conservar la calma.
El Santuario Guadalupano fue lo último que hizo para emprender el camino, derechito al paraíso.
Pero a su obra postrera, la Preciosa Sangre de Cristo, le puso su pavimento y el decorado bien visto.
Un año antes de su muerte miró la Consagración y rubricó su trabajo con las lágrimas de emoción.
El autor de esta historia lo fue el padre Navarrete. Los dos navegaron juntos, no anduvieron al garete.
Un día, de paso a Morelia, el 3 de marzo llegó a la Preciosa Sangre de Cristo y con Zavalita partió.
No creas, Nicolás, ya siento que mi muerte ya está aquí. Este año tal vez no sea, pero para el otro sí.
A mi Dios ya le he pedido y lo he deseado tanto, que mi muerte sea tranquila, pero que sea un viernes santo.
En el lecho de dolor amargo, como la hiel, el padre Chávez estuvo y Fray Alipio también.
Una camita de tablas fue lo que dejó de herencia y un colchón lleno de bordos, esa fue su penitencia.
La noche del viernes santo del año 47, como él deseaba en la vida, vino a encontrarlo la muerte.
Ahí en la Preciosa Sangre, blanca paloma voló a los confines del cielo, donde Dios la destinó.
Ahora, en el 2019, ha sido canonizado. En santo se ha convertido. Dios al cielo lo ha llamado.
Moroleón nunca lo olvida, hoy lo sigo recordando. Fray Miguel F. Zavala: tu recuerdo está plasmado.
Fin.-