Ellos siempre viven con el estrés, provocado por las jornadas laborales de 15 horas cada día y con las consecuencias que sobre su salud física y emocional esto les provoca; son los conductores de camiones urbanos de la ciudad de Guanajuato, quienes, afirman, no tienen otra opción que aceptar esta “chamba”.
Daniel (como llamaremos a uno de ellos), dice tener 50 años, pero su añejado cuerpo aparenta más de 60; las vivencias, más que el tiempo, han blanqueado casi por completo su cabeza, tiene prediabetes, es decir, sus niveles de azúcar en la sangre son más altos que lo normal pero aún no han llegado al límite para diagnosticarse como diabetes tipo 2; además, comienza a tener problemas con la próstata.
A pesar de que los médicos le aconsejan bajar de peso, hacer ejercicio, comer saludable, tener alguna actividad recreativa, como bailar o dibujar, para controlar el estrés; sabe que no puede hacer esto. Su jornada de trabajo comienza a las 6 de la mañana y concluye a las 9 de la noche, para nada le sobra tiempo.
Mientras maneja, el trabajador le da una mordida a unos tacos que alguien le trajo, sus manos sucias, grasientas, no sueltan el volante, tampoco deja de mirar hacia el frente “no vaya a ser que algún pendejo se atraviese y lo atropelle”, dice, luego, da un sorbo a una botella de refresco y continúa la plática.
Sabe que debe cambiar su estilo de vida, de lo contrario, las enfermedades se desarrollarán y no habrá tiempo para enmendar el camino; ya piensa en el retiro, y mientras puede lograr esto, ruega por no tener un accidente; le preocupa que la vida de pasajeros, peatones y la suya propia corran peligro.
El Señor es mi Camino” dice un letrero colocado en el camión que conduce Antonio; en el autobús también hay imágenes de Jesús y la Guadalupana, además, del techo cuelga un mono de peluche. Antonio – también nombre ficticio- tiene 40 años, 8 de ellos como chofer.
Abordo de “su” camión relata que durante la pandemia se ha cansado de exigir a los usuarios el uso del cubre bocas y de pedir que el descenso sea por la puerta de atrás – aunque no lo crean los lectores de otras ciudades del país, en Guanajuato, la gente acostumbra subir y bajar en forma indistinta por cualquier puerta – el desorden dentro y fuera de los autobuses es evidente. Esto al conductor le genera estrés, enojo.
Pero siente que lo más grave es la jornada de 15 horas. Reconoce que carece de espacio para lo más elemental: comer y hacer sus “necesidades”; come cualquier cosa que tenga a su alcance y a la hora que sea; acerca del otro “asunto”, a veces se aguanta hasta llegar a su casa; y a pesar de que no es un hombre viejo, tiene dolores musculares y colesterol alto. Los médicos también le recomiendan cambiar el estilo de vida, comer bien, hacer ejercicio; está consciente de que las condiciones laborales no se lo permiten.
Está resignado a seguir el incierto futuro, no tiene otra opción, continuará ahí; es la única forma de sostener a su familia; como un consuelo, señala al muñeco que cuelga del techo – el mono de peluche- que le recuerda a su hijo porque era el juguete preferido del niño cuando era más pequeño; por su retoño acepta todo sufrimiento. Otro aliciente es el letrero que él mismo colocó: “El Señor es mi Camino”.
Así es la vida de los conductores de autobuses urbanos en Guanajuato.