Aquella familia que residía en la colonia Zapata de Uriangato no padecía de muchos problemas para vivir, como era con otras familias del rumbo… Don Juan era oriundo de la comunidad de El Comal, allá se había casado, pero se vino a vivir a la gran ciudad… Compró un pedazo de terreno o lote, y ahí empezó a (foto Ilustrativa)
construir… Poco a poco levantó su casa… En tanto, tuvieron hijos, 7 en total… Digamos que eran felices, pues tenían lo elemental… El señor tenía puercos y unas cuatro vacas… Además se iba al cerro a cultivar un guamil, es decir, un pedazo de terreno, que aunque no era dueño, éste le autorizaba para que lo utilizara… A
esta fuente de ingresos también se agregaba que el señor sabía sobar, brazos, piernas de aquellas personas que se luxaban o habían tenido calambres… Por eso digo que no vivían tan mal… Y vaya, en es tiempo así se vivía, con lo elemental, y no como ahora, que toda la gente se casa y no tiene nada, nada… Sólo su
necesidad de encontrar un empleo, en donde les dan un sueldo que apenas alcanza… De hecho, los sueldos nunca son suficientes, ya que mientras más ganas, más gastas… Y siempre es un quejadero de parte de la esposa y los niños… En fin, sea lo que Dios diga… El caso que te comento es que de los 7 hijos
mencionados, en realidad sólo estaban con ellos 5… Pasó algo curioso, los más pequeños eran dos niñas, Sandra y Angélica… Entre estas dos y los siete mayores había precisamente cinco años de diferencia… Por lo que eran muy pequeñas en comparación de los otros hermanos de la familia… Todos las consentían, y
jugaban con ellas… Incluso eran más bonitas, ya que siendo güeros la mayoría, estas tenían el pelo rubio, se veian muy contentas, y la diferencia de edades era de sólo un año… Al final, parecían cuatas o sea, gemelas… Todo estaba bien… Un día llegó una tía de los hijos… Era una hermana del esposo… Venía
procedente de Condado de Anaheim, California… Concretamente, vivían en Santa Ana… Muy contestos los recibiron, tanto a la tía como al esposo, quienes a su vez se sintieron muy merecedores de las atenciones, aunque también muy agarrados, porque nunca invitaron una birria o unas carnitas en el tiempo que estuvieron ahí… Y no porque sean culeis, sino que la familia receptora se desvivían en atenciones a los
visitantes… Mole, carnitas, sopa de arroz roja, camotes, en fin, diario bonita comida les daban y ellos muy agraciados… Resulta que la tía, a pesar de sus 20 años de casada, nunca había podido tener un hijo… Así que empezó a alzar a las dos rubias, y jugaba con ellas, se sentía feliz de poder disfrutarlas, y darles caricias múltiples… En los primeros 7 días ya se había encariñado de ellas… «Regalame a estas dos niñas», le decía a
la mamá… Y esta desde luego le decía que no… «Andale, regálame estas dos, al cabo que tienes otros cinco»…. La madre no quiso… Su esposo, en cambio, por tratarse de su hermana, y como en el fondo sabía que dos bocas menos en la casa, sería más fácil de llevar el gasto casero, simpatizaba con la idea… Durante esos seis días que faltaban para que regresaran a Estados Unidos, la cuñada de la mamá estuvo a dale y dale que si se las daba… Petición que reiteradamente, no fue aceptada, y el papá con cara de «Pos si las
quiere, ya qué»… Ante la definitiva negativa de parte de la madre, la cuñada -hermana del padre -reitero-, urdió una idea… Le dijo a ambos que si dejaba que se llevaran a las hijas una temporada, para que crecieran, aprendieran el inglés, y que ellos se encargaban de su manutención y cuidados… Y ya cuando ellas quisieran, se regresaban… Hay que recordar que en ese entonces, Valeria y Alejandra tenían 3 y 4 años,
respectivamente… Además, aprovecharían para que ellas tuvieran papeles para ingresar a Estados Unidos cuando quisieran… A regañadientes, e incluso con un gran dolor, la madre tuvo que aceptar porque su esposo le dijo que sí, que les prestara las niñas, para que al crecer ya cuando menos tuvieran papeles gringos… La madre, como esposa «de antes», aceptó lo que el marido le dijo… Así que la señora cuñada y el hermano del padre se llevaron a las niñas… Y pasó el tiempo, y nunca regresaron… La nueva madre dejó de
mandar cartas, de Santa Ana se cambiaron a Inglewood… Pasaron los años, la madre y el padre de las niñas nunca más supieron de ellas, pensando que seguramente estaban bien con esos parientes… 10, 15, 25 años pasaron… Hace poco se supo que la tía había fallecido, y que las ahora muchachas ya eran americanas al
100… La mamá y el papá se murieron…. La tía que las adoptó en el lecho de su muerte, y les tuvo que decir la verdad: «Ustedes realmente no son mis hijaas, ustedes tienen una hermana en Santa Mónica, búsquenla. Sus verdaderos padres hace como 10 años que fallecieron. Busquen a esa hermana, conozcan a sus hermanos… y que Dios me perdone!»…