El 18 de septiembre de 1991, un ducto de PEMEX explotó como a 5 kilómetros de mi casa, en Valle de Santiago.
Tengo una buena anécdota de ese día. Por Guillermo Pérez.-
En ese tiempo, yo estaba en la universidad, y trabajaba en Radio Televisión de Guanajuato (RTG), y era raro que estuviera en Valle (aún no recuerdo por qué), ya que entre semana no estaba aquí.
Al igual que todos, me desperté por un ruido extraño, como de una turbina de avión (extrañamente, estaba soñando con el transbordador challenger, que estaba volando muy bajo y casi aterrizando muy cerca de aquí de Valle). Me desperté, porque mi hermano Alfredo estaba tocando la puerta de la casa, de una forma muy frenética. De por si era muy raro que estuviera tocando a las 4 de la mañana.
Me paré a abrir, y me dijo que algo había explotado. Lo primero que noté, fue ese extraño tono rojizo en el cielo, que aumentaba y bajaba de intensidad.
Salí a la puerta, y por la calle Democracia, hay una vista directa a una parte de cerro de la batea.
Y ahí estaba, una enorme flama que iluminaba todo el cerro.
De momento, por lo adormilado, pensé que había un incendio por ahí cerca. De repente, se me vino a la mente una casa donde vendían petróleo, a la otra cuadra de mi casa. Casi enseguida, me di cuenta que era una teoría ridícula, sobre todo porque ya hacía 20 años que habían dejado de vender petróleo, y creo ya ni siquiera existían esas estufas. Tal vez se me vino un flashback de mi niñez.
No podía comprender la perspectiva de la flama, pero de repente empecé a notar la gravedad de la situación. Me empecé a sentir vulnerable, como nunca me había sentido, con un miedo muy fuerte e incómodo.
Uno nunca se imagina que un desastre puede acabar así nada más con la propia vida, o de toda nuestra familia, o de toda la ciudad.
Esas desgracias parecen abstractas, como si solo ocurrieran en países lejanos, y que matan a gente extraña.
Y de repente, empezó a salir gente de todos lados. Gente medio vestida, corriendo a quién sabe dónde. Gente con niños chiquitos, con algunas cosas, incluso hasta con diablitos y enseres domésticos. Pero sobre todo, muy asustada.
Todas las casas con la luz encendida.
Dicen que las campanas de la parroquia estaban sonando. Eso no lo recuerdo.
Y pues el primer reflejo fue huir. Mi mamá y mi papá ya despiertos, y haciendo llamadas con hermanos y conocidos, para ver que estaba pasando, y para saber qué tan grande era la tragedia. Si esto era el principio de una explosión de la refinería, que borraría a Salamanca, Valle e Irapuato, o qué exactamente estaba pasando.
Todos los escenarios eran muy negativos. Yo todavía pensando que ese tipo de tragedias solo pasan en otro lado.Incrédulo.
Rápido sacamos los carros de la cochera,y rápido fui a despertar a mi Tío Juan, de 99 años aproximadamente en ese tiempo.
Casi de manera instantánea, ya estábamos en la carretera, rumbo a Guanajuato, con mi hermana Martha, y sopesando el peligro de pasar por Salamanca.
Aún, antes de salir de la ciudad, alcanzamos a pasar por mi hermano José Luis, pero no quiso salir. Le pareció mejor idea subirse a la azotea a grabar con una videocámara de 8 mm la flama, iluminando el cerro de la batea, y tiñendo el cielo de rojo. A veces más iluminado, a veces menos, como las figuras azarosas que dibuja una veladora en un altar, cuando le llega aire.
Ya en Guanajuato, ya amanecido, viendo el noticiero de televisa, y ya dándonos cuenta que tal vez fue un ducto que explotó de PEMEX.
Ya todo más tranquilo.
Cuando me presenté a trabajar, me preguntaron cómo me había ido con la explosión.
Ya les conté la aventura, la gente corriendo, los niños perdidos, la leyenda súbita de Santiaguito apagando la flama, los desnudos, los bienaventurados que salvaron sus televisores, los que terminaron en camionetas ajenas, y en los ócalos (aún no sé por qué terminaron en los ócalos).
Me preguntaron si había grabado algo. En 1991 no había celulares, y para grabar, necesitabas forzosamente una cámara, que tampoco eran muy comunes.
Recordé que mi hermano estuvo muy tranquilo, grabando, y les dije que si había un cassette.
Me mandaron inmediatamente por él, y pues resulta que ese valioso video se envió por microondas a IMEVISION de ese entonces, canal 13, y fue el video estrella del noticiero de esa noche.
Como televisoras estatales, RTG e IMEVISION tenían un convenio de colaboración.
Esas imágenes, a la postre, ni televisa las tuvo, porque ya grabaron el ducto roto cuando ya había amanecido.
Y fue de esa forma que IMEVISION le ganó al noticiero de 24 horas de televisa las imágenes de la tragedia; de las poquisimas veces que sucedía esa situación.
Y todo esto, gracias a un vallense sin sueño (y sin miedo), que le pareció mejor idea subirse a la azotea a grabar (y tomarse un tequilita con su compadre Lupillo), que salir huyendo, como todos hicimos.